En medio de la oscuridad, de la manigua y de la guerra, tres policías salvaron la vida de una joven madre y de sus dos pequeñas.
Son las 4:30 de la mañana. El frío, el zumbido de los zancudos y el canto de los renacuajos de pantano merodean los cambuches que el intendente Yudán Guiza Angulo y los patrulleros Carlos Alejandro Álvarez y Járlinton Zapata Ramos levantaron en las afueras del corregimiento de Pavarandó, ubicado a una hora del municipio de Mutatá, en las selvas antioqueñas. Duermen con un ojo abierto. Saben que la guerrilla merodea y que en cualquier momento hay que comenzar a combatir sin tregua. Las alarmas se encienden. Entre las sombras se abre paso una voz que clama ayuda: “¡Eliana va a parir y no hay médico ni partera. Ayúdenme por favor!”.
Guiza arranca en compañía de Álvarez y Zapata, quienes hacen las veces de enfermeros de escuadra, pero que jamás han atendido un parto. Llegan hasta un pequeño rancho de madera cubierto por plástico y los recibe el ladrido de un perro negro y el desespero de los familiares de la joven madre. Eliana batalla desde la rústica cama de madera. Está pálida, sufre, llora. Pero al ver a los policías siente alivio. Álvarez se prepara para recibir la criatura, mientras sus compañeros lo auxilian. En la cocina calientan agua para bañar la nueva vida que florece antes del amanecer. Es niña, se llamará Valeria. Pero el júbilo se apaga con un nuevo grito de Eliana. Las contracciones siguen y los policías retoman su labor médica hasta ayudar a nacer a un segundo bebé inesperado. Los uniformados sienten que la madre no está bien, que su vida corre peligro. La ambulancia nada que llega. Debe estar batallando en la oscuridad en el camino pedregoso que llama carretera. Al fin aparece, pero a los dos minutos de camino se apaga.
¡Eliana se nos va!”, gritó alguien en medio de la impotencia. Al fin ubicaron un viejo campero y allí llevaron a la moribunda madre hasta el hospital de Mutatá, donde se recuperó en compañía de sus dos hijas de la selva.
Fuente: Policía Nacional
Guiza arranca en compañía de Álvarez y Zapata, quienes hacen las veces de enfermeros de escuadra, pero que jamás han atendido un parto. Llegan hasta un pequeño rancho de madera cubierto por plástico y los recibe el ladrido de un perro negro y el desespero de los familiares de la joven madre. Eliana batalla desde la rústica cama de madera. Está pálida, sufre, llora. Pero al ver a los policías siente alivio. Álvarez se prepara para recibir la criatura, mientras sus compañeros lo auxilian. En la cocina calientan agua para bañar la nueva vida que florece antes del amanecer. Es niña, se llamará Valeria. Pero el júbilo se apaga con un nuevo grito de Eliana. Las contracciones siguen y los policías retoman su labor médica hasta ayudar a nacer a un segundo bebé inesperado. Los uniformados sienten que la madre no está bien, que su vida corre peligro. La ambulancia nada que llega. Debe estar batallando en la oscuridad en el camino pedregoso que llama carretera. Al fin aparece, pero a los dos minutos de camino se apaga.
¡Eliana se nos va!”, gritó alguien en medio de la impotencia. Al fin ubicaron un viejo campero y allí llevaron a la moribunda madre hasta el hospital de Mutatá, donde se recuperó en compañía de sus dos hijas de la selva.
Fuente: Policía Nacional
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