En medio de suspiros de impotencia, el subintendente Jaime Aguilar Rodríguez escuchaba el triste relato que el campesino Osfen Yanten le hacía a un alcalde de Putumayo en busca de ayuda. Le narró los pormenores de cómo los violentos lo sacaron corriendo de su rancho en La Hormiga, en compañía de su esposa embarazada y de sus otras tres hijas, de 6, 8 y 14 años, y cómo habían llegado a Puerto Caicedo. Después de contar su tragedia se alejó cabizbajo, pero metros más adelante volvió a tener la compañía del suboficial, quien lo escoltó hasta donde se refugiaba. "Fue desgarrador. Solo había un plástico viejo, como recogido de la basura, templado con listones. En su interior, una mujer con casi nueve meses de embarazo y a su alrededor sus tres hijas, dos de las cuales se aferraron a mis manos".
Mientras el policía se tomaba el cafecito que le ofrecieron, sus ojos miraban con tristeza el pedazo de piedra que servía de lavadero y la improvisada letrina protegida por unos pedazos de madera. "En ese instante no pude contenerme. Les pedí disculpas para retirarme un momento, con el pretexto de hacer una llamada. Mis lágrimas ya no se detuvieron más". Su memoria viajó a su difícil niñez. "Salí con muchos sentimientos encontrados y una tristeza que me embargaba, pero respiré profundamente y luego regresé con don Osfen. Me contó que solo les habían dado dos horas para abandonar sus propiedades, que echó mano de una estufa, algo de ropa, algunas gallinas y emprendieron la huida".
El subintendente se alejó con una promesa. "Les ayudaré a construir su casa, así tenga que mover cielo y tierra". Y los movió. Obtuvo el apoyo de su comandante y sus compañeros que a diario enfrentan el conflicto. "Dejamos los fusiles y nos armamos de solidaridad; cambiamos el calzado de material por botas de caucho y nos convertimos en oficiales y maestros de construcción". Los vecinos donaron ladrillos, cemento, tejas, madera, un sanitario, una ducha, tubería, alambre y arena. Cincuenta días más tarde, la casa, con tres habitaciones, sala comedor, baño y cocina, era el nuevo hogar de don Osfen, su señora, Luz Mery Suárez, y sus cuatro hijos.
Fuente: Policía Nacional.
Mientras el policía se tomaba el cafecito que le ofrecieron, sus ojos miraban con tristeza el pedazo de piedra que servía de lavadero y la improvisada letrina protegida por unos pedazos de madera. "En ese instante no pude contenerme. Les pedí disculpas para retirarme un momento, con el pretexto de hacer una llamada. Mis lágrimas ya no se detuvieron más". Su memoria viajó a su difícil niñez. "Salí con muchos sentimientos encontrados y una tristeza que me embargaba, pero respiré profundamente y luego regresé con don Osfen. Me contó que solo les habían dado dos horas para abandonar sus propiedades, que echó mano de una estufa, algo de ropa, algunas gallinas y emprendieron la huida".
El subintendente se alejó con una promesa. "Les ayudaré a construir su casa, así tenga que mover cielo y tierra". Y los movió. Obtuvo el apoyo de su comandante y sus compañeros que a diario enfrentan el conflicto. "Dejamos los fusiles y nos armamos de solidaridad; cambiamos el calzado de material por botas de caucho y nos convertimos en oficiales y maestros de construcción". Los vecinos donaron ladrillos, cemento, tejas, madera, un sanitario, una ducha, tubería, alambre y arena. Cincuenta días más tarde, la casa, con tres habitaciones, sala comedor, baño y cocina, era el nuevo hogar de don Osfen, su señora, Luz Mery Suárez, y sus cuatro hijos.
Fuente: Policía Nacional.
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