miércoles, 10 de abril de 2013

Vida y Muerte con historias en sus espaldas en el Bronx

Desde hace 7 meses, un carro blanco es la sala de urgencias de los drogodependientes en este sector.

Dice que se llama Víctor Alfonso Pulgarín y que tiene 21 años. Cuenta que está allí, en el Centro de Atención Médica a Drogodependientes (Camad) del Bronx, porque trece horas antes fue apuñalado. 

La explicación se la da, entre gemidos, a Mariela Machado, una mujer negra, grande, de voz fuerte, que lo primero que dice después de dar su nombre es que nació en Unguía (Chocó). "De allá de donde es la única reina negra que hemos tenido", asegura con orgullo, refiriéndose a Vanessa Alexandra Mendoza (Señorita Colombia 2001-2002).

Mariela es la médica que atiende en este lugar. Ella cuenta que Víctor tiene un daño en uno de sus pulmones. El arma blanca con la que lo atacaron le alcanzó a tocar uno y tendrá que ser operado. Antes de eso, ella y su equipo - una médica asistente - le hacen algunos exámenes que le permitirán saber que no presenta déficits neurológicos, que tiene un nivel de conciencia apropiado y que podrá ser intervenido quirúrgicamente, lo que en términos médicos se conoce como estar 15/15 en la escala de Glasgow.
Antes de llegar allí, Víctor permaneció varias horas tirado en una esquina del centro de la ciudad. Después de las puñaladas, fue pateado. Quedó inconsciente. Cuando despertó, lo primero que hizo fue buscar ayuda allá, en el carrito blanco que se parquea en una esquina del Bronx y que los habitantes de este lugar ya identifican como su lugar de "salvación", a pesar de las nubes negras de humo que oscurecen las tres cuadras que hacen de esa zona un hervidero y en donde no cualquiera puede andar si no es escoltado por la Policía o simulando, con un chaqueta azul puesta, ser parte de alguna secretaría del Distrito. De lo contrario, es correr el riesgo de ser robado o atacado por ser un 'intruso' en medio de hombres y mujeres de mirada perdida que gritan frases imposibles de entender o que en medio de música hip hop a todo volumen, señalan con sus dedos a quienes no son como ellos, a quienes están invadiendo su territorio.
Víctor dice que se llama Víctor y las personas que lo atienden le creen. Él no tiene cédula ni otro papel que lo identifique. Pero eso no impide que sea examinado y enviado a un hospital, directo a cirugía.
“No nos importa saber cuál es el nombre real ni su condición legal”, dice Mariela, la chocoana curtida en atención de emergencias, que llegó hace un mes a este Camad, en donde se ha salido ­– según dice – “del molde de la labor médica que se vive en el sistema”. No miente. Ahí, a diferencia de lo que normalmente ocurre en las Entidades Prestadoras de Salud (EPS), no hay tanto trámite para ser atendido. Lo único necesario es ser parte de población vulnerable. Y en el Bronx, la mayoría lo son.
Según el VI censo de habitantes de la calle (2011), hecho por la Secretaría de Integración Social, en el Bronx se concentran unas 2.000 personas. El 80 por ciento son hombres y la mayoría subsiste del reciclaje. (Vea la galería: Así funciona un comedor comunitario en el Bronx)
De lo que no hay estadística, hasta ahora, es la reducción de muertes desde que el Camad empezó a funcionar allí, pero lo que es cierto es que el personal que lo asiste ha logrado generar un espacio de confianza. Difícil en un lugar hostil, denso, peligroso, donde cualquiera que no pertenezca a algún 'gancho'(como se les dice allí a los combos o bandas) es una amenaza, un enemigo.

Sin Policías


La estrategia está, quizá, en que lo han hecho solos. “Respetamos lo que hace la Policía, pero creemos que si hubiéramos hecho nuestra labor acompañados por esta, difícilmente habríamos logrado que se nos acercaran”, dice Javier Cortés, director del centro de atención. La clave de la gestión radica justamente en ser neutral, ni del lado de la autoridad, ni de la ilegalidad. “Acá no estamos para juzgar, no nos interesa saber cómo sus negocios, ni quién es el que manda, mucho menos cómo funciona el tema del microtráfico”, agrega.
Este Camad fue creado en septiembre pasado. En ese momento, el Secretario de Salud, Guillermo Alonso Jaramillo, aseguró que quienes sufrieran problemas de ansiedad o síndrome de abstinencia serían tratados con drogas legales como la metadona. El anuncio, en su momento, generó algunas voces en contra. Se creía por esa afirmación que el lugar se convertiría en centro de abastecimiento de drogas sicoactivas como tratamiento a los adictos. La realidad hoy, siete meses después de entrar en funcionamiento, es muy distinta. (Vea imágenes de la toma del Bronx)
En promedio, 40 personas a diario buscan ayuda en este espacio. Lo hacen por cualquier motivo. Dolores de muela, raspaduras, uñas encarnadas, puñaladas, dolores de cabeza. Pero además de las heridas físicas, atienden las del alma. “Una vez llegó una persona de 17 años. No sabía si era hombre o mujer. Tenía una confusión total en su identidad. Había sido víctima de una violación cuando tenía cinco años. La escuché, encontré que tenía una aversión por los hombres. Era una mujer que decidió enamorarse de otras tras el trauma que le generó uno de ellos", recuerda Mariela, la médica.
La vida en el Bronx es tan difícil como las paredes de las casas viejas que lo conforman lo advierten. Conseguir lo de una noche de pieza puede ser tan duro como encontrar qué comer. Letreros de 'se arrienda por 4 mil pesos sin baño' se lee en las fachadas de las deterioradas edificaciones. Una oferta más barata es imposible de encontrar. Por eso, muchos deciden armar un cambuche, prender una chimenea y pasar la noche en la calle. Algunos, cuando en lo que ellos llaman ciudad, como si estuvieran fuera de ella, no encuentran una opción, resuelven su dormida desde la tarde. Es frecuente ver cómo aún a plena luz del día, empiezan a buscar un rincón en donde pasar la noche.
Vivian tiene dos hijas. No sabe cuántos años tiene y el nombre con el que se hace llamar se lo puso ella misma. Lo que sí tiene claro es que desde que era niña vive ahí. Y aunque ha tenido la idea de salirse de ese lugar, dice que no tiene más opción: “los arriendos por fuera están muy caros", advierte. Agrega que con su trabajo como recicladora apenas le alcanza para sobrevivir, no podría pagar 200 mil pesos que en promedio es lo que vale un alquiler en un barrio de estrato uno. Por eso, sus dos hijas no viven con ella. "Yo no me las puedo traer para este hueco, ellas viven con el papá en otra parte. Eso sí, cuando las voy a visitar me arreglo, así no quisiera que me vieran", cuenta en una tarde en la que a pesar de la lluvia, está vestida con un pantalón corto, casi un retazo de tela, y una camiseta tan corta que se le ve el ombligo. Tiene el pelo agarrado, pero deja que un mechón le tape una cicatriz del lado derecho de su cara. (Vea galería: Un jardín infantil en para los niños del Bronx)
Hoy, Vivian está feliz porque ve cerca la posibilidad de tener cédula. No sabe si alguna vez sacó un registro civil y asegura que nunca tuvo tarjeta de identidad. "Yo creo que tengo como 31 años, pero no sé", dice entre tímidas risas, tratando de ocultar que le faltan dientes y que los que tiene parece que estuvieran a una mordida de caer.
La gente del CAMAD, conformada por personas de la Secretaría de Salud y de Integración Social, liderada por la gerencia del Hospital Centro Oriente, le ayudó en el papeleo para conseguir el trámite de su cédula.
“Antes lo había intentado, pero lo ven a uno con esta pinta y es difícil que lo ayuden”, dice Vivian, antes de explicar que la cicatriz que atraviesa su ojo derecho fue producto de un intento de robo. “Me querían quitar mis cadenitas y no me dejé", dice.
Pero que este centro de atención haya tenido aceptación a tan solo unos meses de entrar en funcionamiento no es suerte. Antes de ser oficial la creación de este Camad, el Hospital Centro Oriente realizó (por cerca de doce años) un trabajo de atención médica con los habitantes de esta zona que dio como resultado lo que hoy se ve en estas calles: gente que se acerca a pedir ayuda sin prevenciones, sin miedo a que le digan que no. Algunos exigiendo la atención como un derecho.
La historia la cuenta Javier, quien ha caminado por esta zona durante los años en que el hospital decidió hacer presencia allí. Ya lo identifican. “Mechudo”, le gritan cuando pasa por la ‘L’, el pedacito más concurrido, más oscuro y más pesado del Bronx, donde las paredes de las casas son raspadas por los adictos. “De ese cemento le echan al bazuco”, dice una persona que pasa por el lugar.
Javier también conoce muy bien a los habitantes de este lugar. “Yo sé ya a qué vienen, qué les duele, qué tan exigentes son”, cuenta. Él es la persona que está pendiente, durante toda la jornada, de este espacio. De lunes a viernes de 9:00 a.m. a 5:00 p.m. y sábados de 9: 00 a.m. a 3:00 p.m. Él no medica, ni examina, pero los escucha y hace seguimiento a los tratamientos.
El carro, que se ha vuelto el lugar de las emergencias y los primeros auxilios, está divido en dos. En la parte delantera está en consultorio odontológico. Atrás, el médico. Y en el exterior un letrero grande que dice 'CAMAD'. Allí ha llegado de todo. “Lo más doloroso que he visto es un aborto. La niña no sabía que estaba embarazada. Llegó con dolor y sangrado. El diagnóstico no podía ser más aterrador”, recuerda Mariela.
“Si necesitan un tratamiento con pastillas deberán venir cada día por su dosis. No les damos todo de una vez porque sabemos que, por las condiciones, pueden terminar vendiéndolas o cambiándolas por drogas sicoactivas”, dice la gerente del hospital a cargo de este CAMAD, Elizabeth Beltrán. Según ella, las patologías más frecuentes son las dermatológicas, gastrointestinales y respiratorias. "El hacinamiento en el que viven, la falta de comida y las adicciones son las principales causas de sus dolencias", señala.
Cuando son emergencias como puñaladas, balazos u otros casos que requieran cirugía, los pacientes son llevados a algún centro que atiende la red del Hospital Centro Oriente. Gratis, sin necesidad de papeles, de cartas, de seguros, todos los que lo necesiten cuentan con una ambulancia que, a cualquier hora, los llevará a una atención más especializada.
Mariela, que cuando no está allí, trabaja en urgencias del Hospital Simón Bolívar, cuenta que quiere escribir un libro. En un mes ha visto historias "que difícilmente otro médico podría ver", dice. Y asegura que en un espacio como ese, que parece un mundo aparte y ajeno, ha aprendido a reconocer cómo en medio del dolor que se vive en la zona más dura de Bogotá, la que han muchos han dicho que se debe "eliminar" para garantizar la seguridad de la ciudad, "aún hay muchas ganas de vivir, de sacarle el quite a la adversidad".

SALLY PALOMINO C.
REDACCIÓN ELTIEMPO.COM

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